Secciones La Hora

cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

11 de septiembre de 2023

La cueca Sola y la historia de la danza triste por los desaparecidos de la dictadura chilena

Una versión del baile nacional de Chile se convirtió en un emblema de la lucha por los derechos humanos

Por
Compartir

En la noche del 8 de marzo de 1978, las luces del Teatro Caupolicán de Santiago se encendieron para iluminar un escenario que se convertiría en testigo de un acto de resistencia y memoria.

El Conjunto Folclórico de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), un grupo que llevaba en su música el peso de la historia y el lamento de un país, se preparaba para tocar ante una audiencia de 6,000 almas expectantes. La ocasión era especial: la conmemoración del Día Internacional de la Mujer.

El teatro, con su arquitectura imponente y sus butacas llenas, resonaba con murmullos de anticipación. El acto había sido meticulosamente organizado por la Asociación Nacional de Empleadas Particulares, los Departamentos Femeninos de las distintas Federaciones de trabajadores y, por supuesto, la AFDD.

Pero lo que nadie en la audiencia esperaba era ser testigos de la introducción de un baile que se convertiría en un símbolo de lucha y resistencia: la Cueca Sola.

Gala Torres, una compositora con una sensibilidad única, había reinventado la tradicional cueca chilena, infundiéndola con una letra que destilaba lamento y denuncia.

En lugar de la alegre danza de pareja que todos conocían, la Cueca Sola presentaba a una mujer, sola en el escenario, con la foto de un ser querido desaparecido pegada al pecho, bailando una danza que tradicionalmente requería de dos. Era una representación palpable de la ausencia, del vacío dejado por aquellos que habían sido arrebatados por la dictadura.

Violeta Zúñiga / Foto: Wikicommons

La primera en tomar el escenario y bailar esta emotiva versión fue Gabriela Bravo. Con cada paso, con cada giro, Gabriela transmitía el dolor y la determinación de un país que buscaba respuestas. La seguían Violeta Zúñiga y Marta Pérez, cada una con su propia historia, cada una con su propio lamento, pero todas unidas en la misma danza de resistencia.

Mientras el Conjunto Folclórico tocaba y las bailarinas se movían por el escenario, el Teatro Caupolicán se sumió en un silencio respetuoso, roto solo por la música y el ocasional sollozo de algún espectador. Aquella noche, el arte y la resistencia se entrelazaron de una manera que Santiago, y Chile, recordarían por siempre.

Tumba de Violeta Zúñiga

Tumba de Violeta Zúñiga / AGENCIA UNO

Notas relacionadas

Deja tu comentario

Lo más reciente

Más noticias de Cultura