Un nuevo y sorprendente avance científico ha dado un giro radical a la historia del Aspergillus flavus, el hongo asociado popularmente a la llamada "maldición del faraón". Un estudio reciente, liderado por investigadores de la Universidad de Pensilvania y publicado en Nature Chemical Biology, ha identificado compuestos derivados de este microorganismo capaces de destruir células leucémicas con una eficacia similar a tratamientos oncológicos aprobados por la FDA (Food and Drug Administration).
Este hongo, temido tras la misteriosa muerte de varios arqueólogos que participaron en la apertura de la tumba de Tutankamón en 1922, fue durante mucho tiempo símbolo de advertencia sobre los peligros latentes en excavaciones arqueológicas. La mala fama de Aspergillus flavus va mas allá, ya que es también responsable de la contaminación de alimentos, produciendo perdidas millonarias, y atentando contra la inocuidad alimentaria. Sin embargo, la ciencia ha dado un vuelco a su reputación.
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"Se ha descrito que ese hongo es también capaz de producir un compuesto con un potencial anticancerígeno potentísimo", afirma el Dr. Luis Larrondo, director del Instituto Milenio de Biología Integrativa (iBio) y experto en biología fúngica. "La cantidad de hongos por explorar en cuanto a su potencial molecular es gigantesca. Con esto se valida lo importante que es la bioprospección (...) los hongos son una farmacia natural gigantesca", agrega el experto.
El estudio se centra en una clase de compuestos llamados RiPPs (péptidos sintetizados ribosomalmente y modificados postraduccionalmente), moléculas poco usuales. En este caso, los científicos aislaron variantes específicas -denominadas asperigimicinas- que demostraron una potente actividad contra células de leucemia, incluso sin modificaciones químicas adicionales. Una de ellas, al ser combinada con lípidos similares a los que se encuentran en la jalea real, alcanzó niveles de eficacia comparables a fármacos como la citarabina.
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Un mundo de posibilidades
Más allá de la eficacia, lo que ha captado la atención de la comunidad científica es la especificidad de estas moléculas. Las asperigimicinas mostraron efectos limitados en otros tipos de cáncer, como mama, hígado o pulmón, lo que sugiere un perfil terapéutico más dirigido y con menor toxicidad colateral. "Siempre se ha mirado al Aspergillus flavus de forma negativa porque produce toxinas como la aflatoxina, que son cancerígenas. Una comida contaminada puede ser letal. Sin embargo, también puede sintetizar moléculas que son dañinas únicamente para células específicas, como las cancerosas", explica el Dr. Larrondo.
El hallazgo también abre la puerta a una nueva etapa en la exploración de metabolitos fúngicos. Los investigadores identificaron clústeres genéticos similares en otras especies de hongos, lo que sugiere que aún queda mucho por descubrir en el vasto universo de compuestos naturales. "Los hongos nos dieron la penicilina", declaró Sherry Gao, autora principal del estudio, quien añade que este tipo de análisis demuestra que apenas estamos comenzando a comprender la diversidad química que ofrecen.
Actualmente, el siguiente paso será evaluar las asperigimicinas en modelos animales. Si los resultados son positivos, no se descarta el inicio de ensayos clínicos en humanos en los próximos años.
Al respecto, el científico del IBio asegura que, desde las sombras de una leyenda milenaria hasta el laboratorio moderno, el Aspergillus flavus ha pasado de ser un símbolo de muerte a un inesperado aliado en la lucha contra el cáncer. "Un testimonio más del enorme potencial oculto en la biodiversidad microbiana, y del papel esencial que juega la investigación básica en abrir caminos hacia terapias más efectivas y seguras", concluye Larrondo.