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En la etapa más exigente del año, crear espacios que favorezcan el descanso y la calma dentro del hogar puede marcar la diferencia
El segundo semestre ya comenzó, y con él llegan meses especialmente exigentes: pruebas finales, cierres laborales, fiestas de fin de año y una sensación de agotamiento acumulado. No es casual que muchas personas perciban esta etapa como la más pesada del año. A la carga habitual se suma el cansancio mental que arrastramos desde marzo, lo que hace que cualquier desajuste —por pequeño que sea— se sienta mucho más grande.
Este escenario propicia un alza sostenida del estrés, tanto en adultos como en niños. Aumentan las dificultades para dormir, se vuelve más común el mal humor o la irritabilidad, y el cuerpo comienza a pasar la cuenta con dolores musculares, problemas digestivos y una menor capacidad de concentración. El estrés, cuando se mantiene por semanas o meses, deja de ser un estado transitorio y comienza a impactar la calidad de vida de forma seria.
Sabemos que el estrés sostenido puede alterar el sistema inmunológico, haciéndonos más vulnerables a enfermedades. También interfiere con la memoria, la toma de decisiones y la capacidad de regular nuestras emociones. Si no lo manejamos a tiempo, puede derivar en cuadros de ansiedad, insomnio o incluso depresión. Por eso, aprender a reconocerlo y reducir sus fuentes se vuelve una necesidad, no un lujo.
Una de las claves para contrarrestarlo está en crear espacios de calma. Propiciar entornos que favorezcan el descanso, el silencio, la desconexión digital y la higiene del sueño puede marcar una gran diferencia. Dormir bien, rodearnos de estímulos sensoriales positivos y contar con lugares donde relajarnos son medidas simples, pero muy eficaces.
La luz tenue, los aromas agradables y las texturas suaves ayudan a inducir la calma. En ese contexto, elementos como las velas aromáticas cumplen un doble rol: decoran y, al mismo tiempo, generan una atmósfera de serenidad. Lo mismo ocurre con objetos visuales que aportan equilibrio, como los cuadros decorativos de tonos suaves o las plantas artificiales, que suman verde y frescura sin requerir mantenimiento.
HOGARES QUE ESTRESAN
Pero ¿qué pasa cuando la casa, que debería ser nuestro refugio, también nos estresa? Diversos estudios han demostrado que el desorden y la desorganización en el hogar pueden aumentar significativamente los niveles de estrés. Investigadores de la Universidad de California descubrieron que mujeres que describían sus casas como "desordenadas" presentaban niveles más altos de cortisol, la hormona del estrés. Esa sobrecarga emocional también se relacionaba con ánimo bajo y dificultad para conciliar el sueño.
En esta línea, un artículo publicado por la RACGP (Royal Australian College of General Practitioners), señala que el desorden visual activa una respuesta constante de alerta en el cerebro. En otras palabras, vivir en un espacio caótico nos impide relajarnos del todo, incluso cuando estamos en casa. Nuestro sistema nervioso sigue en "modo defensa", lo que dificulta la recuperación emocional.
Otro aspecto destacado por los expertos es el impacto del desorden en la salud emocional. Un estudio publicado en Personality and Social Psychology Bulletin mostró que las personas que describían sus hogares con términos negativos presentaban más fatiga al final del día. Sentirse incómodo en el propio hogar genera un desgaste emocional que va más allá de lo físico.
MANTENER EL ORDEN
Por eso, los especialistas coinciden en que no se trata solo de mantener la casa ordenada por estética, sino por salud mental. La buena noticia es que pequeñas acciones pueden tener grandes efectos. Incorporar plantas artificiales en zonas oscuras, usar cuadros decorativos que aporten calma visual o disponer velas aromáticas en puntos estratégicos son formas simples de renovar el ambiente y favorecer el bienestar.
La organización del espacio es clave. Un entorno ordenado no significa vacío, sino bien pensado. Jugar con los colores —como tonos tierra, verdes o azules— puede inducir calma. En cambio, los contrastes fuertes o los espacios atiborrados de objetos tienden a activar más que relajar. Aquí, menos suele ser más.
Usar materiales nobles, texturas agradables y una distribución funcional de los objetos ayuda a crear ambientes acogedores. En un dormitorio, por ejemplo, una bandeja con velas aromáticas y un libro puede transformar la mesita de noche en un rincón de calma. En el living, una composición de cuadros decorativos puede generar equilibrio sin recargar.
La luz también juega un rol fundamental. Aprovechar al máximo la iluminación natural durante el día y usar luces cálidas por la noche ayuda a regular el ritmo circadiano. Combinar esto con estímulos sensoriales agradables —como aromas suaves o texturas mullidas— favorece la relajación mental y física.
En definitiva, ordenar no es solo limpiar: es diseñar un entorno que nos contenga, nos calme y nos devuelva energía. Especialmente en un semestre tan exigente como este, tener un hogar que acompañe y no que agote puede marcar la diferencia entre el agobio y el bienestar.
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