• 29 MAY DE 2025

Pan caliente y alma local: la panadería como símbolo de tradición y resiliencia

Panadería | Cedida

En medio de un mundo acelerado y cada vez más digitalizado, hay olores, sabores y costumbres que se resisten a desaparecer.

La panadería, con su aroma envolvente y su esencia artesanal, sigue siendo parte del corazón de nuestras comunidades. Mientras las vitrinas virtuales del Cyber Day acaparan la atención de los consumidores más conectados, en las esquinas de nuestros barrios aún hay tiempo para una marraqueta crujiente o un pan amasado tibio que cuenta historias.

La panadería es más que un negocio: es un legado cultural. En muchas ciudades y pueblos de Chile, las panaderías locales funcionan como pequeños centros sociales. Vecinos que se saludan, niños que entran corriendo por una hallulla caliente, y panaderos que conocen a sus clientes por nombre y gustos. Esa relación cercana entre quien hornea y quien compra no se reemplaza con algoritmos ni compras express.

Uno de esos guardianes del pan tradicional es don Manuel González, dueño de la "Panadería El Buen Horno" en el sector sur de Santiago. A sus 68 años, aún se levanta a las 3 de la mañana para preparar la masa madre con la que elabora sus panes. "Mi abuela me enseñó que el secreto no está solo en los ingredientes, sino en la dedicación. Uno debe tener manos limpias, sí, pero también un corazón dispuesto", comenta mientras espolvorea harina sobre una bandeja.

Don Manuel pertenece a una generación que aprendió el oficio a pulso, viendo y haciendo. Hoy, con el auge de las redes sociales y los nuevos estilos de consumo, reconoce que el desafío es adaptarse sin perder la esencia. Por eso ha comenzado a ofrecer variedades de panes integrales, sin gluten y con harinas alternativas como la de avena o centeno. "Los clientes quieren cosas más saludables. Hay que escuchar y renovarse", agrega.

Este impulso hacia la innovación también lo representa Laura Sáez, una joven emprendedora de 32 años que dejó su trabajo en publicidad para abrir una panadería boutique en Providencia: "Pan y Alma". Allí, cada pieza de pan es elaborada con insumos orgánicos, fermentaciones largas y un concepto que mezcla lo ancestral con lo gourmet. "Muchos piensan que el pan es solo acompañamiento, pero bien hecho, puede ser protagonista", explica Laura, mientras sirve una focaccia con tomates deshidratados y romero.

La pandemia del COVID-19 fue un punto de inflexión para muchas panaderías. Algunas cerraron, otras lograron reinventarse. Las ventas online, las entregas a domicilio y el uso de redes sociales para difundir productos permitieron que pequeños negocios sobrevivieran en un contexto adverso. "Nunca pensé que vendería pan por Instagram, pero funcionó. Hoy tenemos clientes que nos compran todas las semanas desde distintas comunas", dice Laura con orgullo.

Más allá de su valor económico, la panadería cumple una función social. En muchas familias, ir a comprar el pan es un ritual diario. Incluso en tiempos donde el comercio electrónico gana terreno, la experiencia sensorial de entrar a una panadería no tiene comparación. El crujir del pan al romperse, el aroma a masa recién horneada, la charla breve con quien atiende... son detalles que construyen comunidad.

También hay un tema patrimonial. En Chile, el pan es parte esencial de nuestra identidad alimentaria. No por nada somos uno de los países que más pan consume en el mundo, con un promedio de más de 90 kilos por persona al año. La marraqueta, el pan frica, la hallulla y el pan amasado no solo llenan estómagos, sino que cuentan historias familiares, celebraciones y recuerdos.

Las nuevas generaciones de panaderos están conscientes de esta herencia, pero también miran al futuro. Hoy se ve una valorización del oficio, con cursos de panadería artesanal, ferias gastronómicas y colaboración entre emprendedores. Incluso grandes cadenas han incorporado productos artesanales a sus góndolas para responder a una demanda que busca sabor, calidad y conexión con lo auténtico.

Por supuesto, en un escenario donde el comercio digital y eventos como el Cyber Day ganan cada vez más espacio, la panadería tradicional no compite con la inmediatez, pero sí con la experiencia. Allí donde el clic no reemplaza al olor, ni el carrito virtual al saludo del panadero.

En este cruce de tradición e innovación, la panadería sigue viva, fermentando lentamente como una buena masa madre. Resiste, evoluciona y, sobre todo, alimenta algo más que el cuerpo: alimenta el alma de los barrios, de las familias y de una cultura que se rehúsa a olvidar de dónde viene.

Porque, al final del día, cuando todo lo digital se apaga, lo que queda es ese pan calentito sobre la mesa, compartido entre risas y conversaciones. Y esa, definitivamente, es una historia que vale la pena seguir contando.

Pedro Mendoza

CM de @lahoraoficial, productor de La Hora TV y cinéfilo.
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