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La protección adecuada y constante es fundamental: desde el uso correcto del protector solar hasta la elección de ropa apropiada, cada medida cuenta para mantener una piel saludable.
Las tardes en la playa, los paseos al aire libre o las actividades deportivas pueden transformarse en un riesgo para la salud sin los cuidados adecuados. Los especialistas en oncología y dermatología advierten que el daño solar acumulado aumenta las probabilidades de desarrollar cáncer de piel y acelera el envejecimiento cutáneo.
Por eso, adoptar medidas preventivas resulta crucial para mantener una piel saludable a largo plazo.
El uso de protector solar resulta esencial como barrera defensiva frente a la radiación UV. Al momento de elegir un producto, conviene optar por un factor de protección solar (FPS) mínimo de 30, asegurando que brinde cobertura tanto UVA como UVB. La cantidad correcta marca la diferencia:
El protector debe reaplicarse cada dos horas, así como después de nadar o sudar intensamente.
La elección del protector solar ideal varía según el tipo de piel. Las personas con tendencia grasa se benefician más de fórmulas oil-free o en gel, mientras que las pieles secas requieren texturas cremosas con ingredientes hidratantes. Para deportes y actividades acuáticas, existen versiones resistentes al agua, aunque igualmente necesitan reaplicación constante.
La vestimenta constituye otro elemento clave en la protección solar. Por ejemplo:
El cuidado de los ojos merece especial atención mediante el uso de lentes de sol con filtro UV. La protección debe alcanzar el 99-100% contra la radiación ultravioleta para resguardar tanto los ojos como la delicada piel que los rodea. Los modelos grandes o envolventes resultan más efectivos al impedir el ingreso de rayos por los costados.
El horario de exposición solar también influye significativamente en el riesgo de daño cutáneo. Entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde, los rayos UV alcanzan su máxima intensidad. Durante estas horas críticas, resulta aconsejable buscar espacios sombreados.
Las sombrillas y árboles brindan refugio necesario para actividades al aire libre. Cabe recordar que superficies como agua, arena o nieve multiplican la exposición al reflejar los rayos UV.
La hidratación es otro factor que cumple un papel vital en el cuidado de la piel. Un consumo adecuado de agua contribuye a mantener la elasticidad y salud cutánea.
Tras la exposición solar, las cremas hidratantes ayudan a restaurar el equilibrio dérmico. Los productos enriquecidos con aloe vera o vitamina E aportan propiedades calmantes y reparadoras adicionales.
El autoexamen periódico ayuda a detectar cambios sospechosos tempranamente. Los dermatólogos recomiendan revisar lunares y manchas mensualmente, prestando atención a variaciones en tamaño, color o forma. Las personas de piel clara o con antecedentes familiares de melanoma deberían programar revisiones profesionales al menos una vez al año.
Los días nublados o el trabajo junto a una ventana no son excusa para descuidar la protección solar. Los rayos UV no discriminan entre estaciones ni condiciones climáticas, y el daño solar acumulado puede tener consecuencias a largo plazo, incluso en términos de oncología. Un verano sin quemaduras no significa ausencia de daño: la clave está en la constancia y en convertir estos hábitos protectores en una rutina tan natural como lavarse los dientes.
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Los meses fríos, el aire seco y los cambios de temperatura pueden resecar la piel, incluso en las zonas menos visibles.