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Su combinación de alcohol, azúcar y cafeína puede tener efectos en el cuerpo si se bebe sin medida, especialmente al momento de enfrentar la temida caña.
Dulce, aromático y profundamente chileno. El cola de mono es uno de los brebajes infaltables en las mesas durante la Navidad y el Año Nuevo, una tradición que combina leche, café, azúcar y aguardiente o ron.
Sin embargo, tras su sabor amable y festivo, también se esconden algunos efectos que conviene tener en cuenta para evitar que la celebración termine con dolor de cabeza al día siguiente.
Desde el punto de vista nutricional, el cola de mono es una bebida calórica. La mezcla de azúcar, leche entera y alcohol puede aportar fácilmente más de 200 calorías por vaso, lo que lo convierte en un trago "traicionero": entra suave, pero suma rápido. A esto se añade el contenido de alcohol, que suele rondar entre los 12 y 18 grados, dependiendo de la receta casera.
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En consumo moderado, el cola de mono no representa un riesgo mayor para personas sanas. El problema aparece cuando se bebe en exceso. El alcohol sigue siendo alcohol, aunque venga disfrazado de bebida navideña, y puede provocar deshidratación, irritación gástrica y alteraciones del sueño.
Además, el café presente en la preparación actúa como estimulante, lo que puede enmascarar la sensación de embriaguez y llevar a beber más de la cuenta.
Aunque en gran parte del mundo es conocido como Santa Claus o Papá Noel, en Chile el personaje más esperado de la Navidad tiene un nombre propio.
Especialistas suelen recomendar no superar uno o dos vasos pequeños (150 a 200 ml cada uno), idealmente acompañados de comida y alternando con agua. Superar esa cantidad, sobre todo en una noche larga, aumenta considerablemente la probabilidad de caña.
¿Provoca caña? La respuesta corta es sí. Su alto contenido de azúcar puede intensificar los síntomas clásicos de la terrible resca, como dolor de cabeza, náuseas y fatiga. El azúcar acelera la absorción del alcohol y, al metabolizarse, puede generar bajones de energía más pronunciados al día siguiente.
Como muchas cosas en Navidad, el cola de mono no es el problema en sí, sino el exceso. Disfrutarlo con calma, en pequeñas cantidades y sin olvidar el vaso de agua entre medio puede marcar la diferencia entre un brindis feliz y una mañana complicada.
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